Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde te creí, más tarde hubo razones, hubo madame Léonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras.

lunes, 22 de marzo de 2010




Me voy a París. Todo no ha salido como esperaba. Traiciones, engaños, cosas que hubiera sido mejor que no pasasen, almenos ahora, para no quitarme aquella ilusión que hacía tiempo que no sentía. Y aunque era consciente de que podía pasarme cualquier cosa, y si algo soy, es un chica fuerte y valiente, apenas tengo ilusión por irme.
De todas formas, París seguirá siendo tan bonito como siempre, y nada hará que pierda las ganas por vivir y pasármelo bien. Y a vosotras, queridas, aunque sé que nunca llegaréis a leer esto, os deseo muchas cosas: Una, perderos de vista, y dos, me encantaría poder deciros que os deseo lo mejor, que seáis felices, pero hay algo en mi sistema límbico que me lo impide por momentos.
De todas formas, intentaré ser lo más amable con vosotras, por que me interesa, porque yo también puedo ser una hipócrita de mierda y porque me he cansado de ser tan imbécil y de que todos se aprovechen de mí.


Son demasiadas horas de autobús, espero poder dormir toda la noche, hasta que lleguemos. Tengo música, un libro, el móvil, la cámara de fotos y mucho mucho sueño.

Y aquí adjunto un trocito de Rayuela de Julio Cortázar, sin duda, un libro precioso. Este fragmento habla precisamente de un paraguas roto, espero que no me pase lo mismo que a los dos protagonistas.

Muchas gracias. Danke schön. Thanks. Merci. Moltes gràcies. ;)


Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pinto o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allá lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkiria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu'en hiver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.