Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde te creí, más tarde hubo razones, hubo madame Léonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras.

domingo, 3 de enero de 2010

El ilusionista.

No recordaba la cantidad de países que había conocido en sus largos viajes. Andaba por lugares insospechados, caminos y montañas donde el viento silbaba sólo para él. Se alejaba de la civilización y de sus rutinas, donde parecía que no había lugar para sí. No conocía el miedo a la soledad, porque nunca había conocido la compañía. Y se adentraba en un mundo dónde nadie era capaz de entender. Como único equipaje guardaba en su bolsillo la mirada risueña de alguna muchacha, una foto en blanco y negro, el color de una naranja, el olor de un perfume, el calor de su piel, el dulce sabor de una piruleta, los versos mezclados de un antiguo poema y un poco de esperanza que se confundía con el rencor y el odio.
Nada le entristecía más que ver como los sueños de la gente se hundían en el fango, se esfumaban como el humo y se olvidaban por completo. Pero el perseguía su sueño, quizás inalcazable, pero tan deseado que casi podía tocarse. Y así emprendía su largo camino, acompañado únicamente por la lluvia y la nieve, que borraban su recuerdo.