Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde te creí, más tarde hubo razones, hubo madame Léonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras.

martes, 16 de febrero de 2010



Y se sentó en aquella silla en cuanto entró en casa. Su compañera de piso había escuchado el golpe seco que hizo la puerta al cerrarse, y inmediatamente supo que había llegado. Cómo de costumbre, se tiró sin pensarlo dos veces en aquella vieja silla que seguía arrinconada en el fondo de la sala desde hacía mucho tiempo. Dicho objeto sabía tanto como las mismas paredes, los cuadros, los libros amontonados encima de la estantería. Eso que se dice de que si las paredes hablasen..., pues sí, sabrían más que nadie todo lo que había sucedido en ese piso, entre ellos dos. Típicas discusiones de universitarios, no demasiado serias, división no conforme de tareas o algo que reprocharse. Se lo contaban todo, y aquellas solitarias noches de invierno, cuando el frío les impedía salir con sus amigos, se quedaban en casa hablando hasta altas horas de la madrugada, filosofando.

-¿Crees que las personas pueden cambiar?

- Todo el mundo se merece una oportunidad, todos pasamos por momentos mejores y peores en nuestras vidas que pueden hacernos cambiar en cualquier momento.

- Ya. Y si me convence de que ha cambiado y yo me lo creo?

-¿Qué problema hay en eso?

-Todo es un problema. Mentira, engaño, desesperación. Me pueden traicionar, otra vez.

- ¿Hemos cambiado nosotros, querido? La verdadera pregunta es, ¿Hemos cambiado o nos han hecho cambiar?